- Adiós - Mi prima se marchó, dejándome con el pensamiento de que no aquello no había sido muy original. Despedirse diciendo adiós y nada más es soso, lo habitual, y con lo extravagante que suele ser ella me extrañó que me respondiera con un simple adiós, así que decidí ir tras ella. La llamé cuando la tenía delante, a unos metros y ella se volvió, extrañada de oír mi voz. Me preguntó qué quería. Le di un abrazo. Se puso tensa y de pronto empezó a llorar en mi hombro. Sin que yo dijera nada me explicó que estaba destrozada, que llevaba días aguantando el dolor sola, sin decir nada a nadie, fingiendo estar alegre... Me sonó demasiado familiar. Más de lo que me gustaría, desde luego. La cogí por los hombros y furiosa le expliqué que bienvenida a mi mundo, que así llevaba yo meses y que no lo había notado, que gracias por ser una egocéntrica que solo piensa en sí misma. Me dio otro abrazo y me pidió perdón, deshecha en lágrimas, diciendo que había estado tan centrada en parecer alegre que no había tenido tiempo de nada más. Me pidió perdón una vez más, y decidí perdonarla. Al fin y al cabo, ¿quién era yo para decirle que no? De la mano seguimos caminando hasta nuestro piso, donde encontramos a mi madre. Me extrañó verla allí, pero sobretodo me asustó, porque Lucía y yo teníamos los ojos hinchados de tanto llorar. Nos preguntó, pero le quitamos importancia y rápidamente nos inventamos la historia de que habíamos visto en el cine una peli muy triste. Por supuesto no le contamos que habíamos estado con mi novio y el suyo en una cafetería, le habría dado algo seguro. Le pregunté a qué había venido.
Como cada mañana, abrió el único chat que tenía fijado y escribió con velocidad: "buenos días! :)", guardó el móvil en su bolsillo trasero y fue a desayunar. Se puso el café y le llegó un mensaje, lo que hizo que el corazón de la chica se parara por un momento y comenzara a latir con mucha fuerza al pensar que había sido ese chat de arriba del todo el que había sonado. Sabía que no era así, pero aún le pasaba, no había conseguido acostumbrarse a la ausencia de la antigua dueña de esa conversación. Supuso que era normal, apenas hacía diez días de todo, bastante que iba a volver a clase. Se tomó el café y una tostada a duras penas, desde que su ángel de la guarda se había ido nunca le apetecía comer nada. Le dolía que los buenos días nunca tuvieran un segundo tick indicando que habían llegado a su destinataria. Pero es que en realidad ya no había destinataria. La chica salió del portal y caminó, triste, mientras una canción que no era capaz de escuchar sonaba en sus cascos y ...
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