Secretos. Montones de secretos me rondan en la cabeza y me torturan cada noche, cada mañana, cada momento, cada día. Rondan maliciosamente entre mis pensamientos, saliendo a flote de vez en cuando para obligarme a interrumpir lo que estaba haciendo, darles alguna vuelta, hundirlos y continuar mi labor, pero algo más agitada. Cada noche me acuesto pensando en mis secretos, dándoles vueltas, intentando buscarles solución, frustrándome porque no se la encuentro, dándome cuenta de que necesitaré ayuda si quiero acabar con ellos e impacientándome porque una vez más tendré que esperar. Y cada vez que uno de ellos llega desde lo más profundo de mi mente me enfado y me apeno. Me enfado porque no me dejan tener una vida tranquila y me apeno porque mis secretos no son para menos, son tristes y agobiantes, pero el hecho de tener que esperar para que me dejen en paz es lo peor de todo: no poder contar nada a nadie, hacer que la gente lo sepa solo en mis fantasías, imaginar que tengo lo que nunca tuve y ahora tanto echo de menos. Una persona junto a la que acurrucarme, alguien a quien contarle todo sobre mí, alguien que me acaricie, que me abrace muy fuerte y que me diga que todo irá bien, que me ayudará en todo lo que pueda y que no me preocupe. Alguien en quien confiar, alguien que me dé la mano, me la apriete fuerte y no me suelte nunca, alguien que me ilumine el camino, alguien que me acompañe para siempre y que se encargue de que todo vaya bien de verdad. Alguien a quien querer y que también me quiera, que cuide de mí y que me ayude a convertir en humo mis secretos, a ponerles solución y a conseguir que se vayan de mi vida, porque cada vez me va peor. Estos secretos son como aquella mariposa. Puñeteros secretos.
Como cada mañana, abrió el único chat que tenía fijado y escribió con velocidad: "buenos días! :)", guardó el móvil en su bolsillo trasero y fue a desayunar. Se puso el café y le llegó un mensaje, lo que hizo que el corazón de la chica se parara por un momento y comenzara a latir con mucha fuerza al pensar que había sido ese chat de arriba del todo el que había sonado. Sabía que no era así, pero aún le pasaba, no había conseguido acostumbrarse a la ausencia de la antigua dueña de esa conversación. Supuso que era normal, apenas hacía diez días de todo, bastante que iba a volver a clase. Se tomó el café y una tostada a duras penas, desde que su ángel de la guarda se había ido nunca le apetecía comer nada. Le dolía que los buenos días nunca tuvieran un segundo tick indicando que habían llegado a su destinataria. Pero es que en realidad ya no había destinataria. La chica salió del portal y caminó, triste, mientras una canción que no era capaz de escuchar sonaba en sus cascos y ...
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