- ¡Pero madura de una vez! - Me gritó. Por respeto y porque yo nunca gritaba, le respondí con un tono de voz duro pero a volumen normal:
- No quiero. Madurar es una mierda, es darte cuenta de la cruda realidad y empezar a tener responsabilidades; es dejar de jugar y empezar a razonar. ¡Nadie quiere madurar, y yo menos! - Para mi desgracia, siguió gritando. Aunque en realidad no había llegado a tener esperanzas de que parara algún día:
- ¡Me importa una mierda lo que quieras o lo que no! Tienes que madurar y lo vas a hacer, por las buenas o por las malas - Sin querer, subí el tono de voz. No por nada, sino porque ella estaba empezando a pensar que tenía control sobre mi vida y la última vez que alguien hizo eso acabó fatal.
- No me amenaces
- Haré lo que quiera, no mandas sobre mi vida, aprende eso
- ¡Ni tú sobre la mía! ¿Qué te has creído? ¿Que puedes decidir cuándo tengo que madurar y cómo? Esto no funciona así - Parecíamos dos locas gritándonos, pero yo había dejado todo a un lado y estaba centrada en... ¿En qué? En nada, solo estaba enfadada
- Me temo que sí, para eso soy tu madre - La corregí:
- ¡Eres mi madrastra! Mi madrastra, la mujer de mi padre, no mi madre. Ni siquiera él manda sobre mí, no lo vas a hacer tú
- Lo voy a hacer si me da la gana. Esta ahora es también mi casa, así que también existen mis normas. Y no hay más que hablar - Se dio la vuelta, pero aún me quedaba un grito por soltar, uno que me ardía por dentro desde que escuché aquel "sí, quiero". Un grito que muchos llaman nudo en la garganta y que se deshizo esa misma tarde cuando grité:
- Pensé que te importaba. Por un momento lo pensé
Comentarios
Publicar un comentario