Joder, ¿por qué tengo que escribir? A mí la lengua me importa una mierda, no entiendo que nos la enseñen en el instituto si luego nadie la coge para la carrera. Respiro, sentada, con el ordenador delante, que me muestra una hoja en blanco como burlándose de mí. ¿Y si busco algo en internet? Algo desconocido, de esos textos que no encontraría nadie. Menuda tontería, la profe no es tonta, me conoce de sobra y fijo que se daría cuenta. Qué mal rollo, mil palabras, ¿de dónde me saco mil palabras? Me levanto y voy hasta la cocina, saco una lata de la nevera y me la llevo a mi cuarto, donde sobre la mesa me esperan unas galletas. Si voy a trabajar por lo menos que sea con comida. El gas del refresco sube hasta mi nariz y me hace estornudar. En realidad odio el gas, no sé por qué siempre tomo las bebidas con gas. Debo ser masoquista.
Miro el reloj, ya son las cinco, papá debe estar al llegar y tendré que esconder todo. O habérmelo comido. Me inclino más por lo segundo.
Creo que este curso está siendo el más raro de mi vida; con Ceci, Nico, Javi, Dani, Blanca y Loreto dispersos por Europa de Erasmus; Chari, Mila y Adri juntas todo el tiempo y Oriol en la clínica; me he quedado más sola que la una. Menos mal que Mía sigue aquí, porque si no pasar de tener once hermanos a tener cero me habría vuelto loca. Pero claro, hoy es viernes y Mía está con sus amigas, normal, yo también lo estaría si no fuera porque estoy castigada. ¿Qué quieren papá y mamá que le haga? Soy una adolescente sola, me aburro mucho y me estresa que haya tanto silencio y ellos, como no lo entienden, me hablan fatal y siempre discutimos. Mamá está más ocupada con el trabajo, pero papá se pasa el día en casa y no me deja poner música ni hacer ruido. Me aburre hasta pensar.
Me pongo la lata en el oído para escuchar el gas, es lo único que me gusta de él, el sonido que hace. Soy la única de mis hermanos a la que no me gusta el gas. ¿Qué tendrá el gas para que me lo beba siempre?
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