¿Cómo es posible que la vida nos arrebate en segundos lo que llevábamos años cultivando?
Siempre fui de las que reflexionan de vez en cuando sobre la gran repercusión que tienen los gestos más pequeños que hacemos en nuestro día a día, a veces incluso sin darnos cuenta; pero jamás pensé que dos palabras, dos simples palabras, pudieran llevarse por delante todo aquello por lo que siempre habías luchado. Doce años de felicidad que se esfuman con treinta segundos de confusión, cuarenta y seis años de sonrisas y llantos que desaparecen con un movimiento en el momento menos indicado. Un accidente, casual, inintencionado, que arranca sueños, alegrías y planes de entre las manos y se lleva lo que estaba por pasar para no devolverlo. Ese pequeño gesto, el pensamiento como un rayo, el escalofrío que recorre el cuerpo de arriba a abajo, las dos palabras pronunciadas que le van a dar la vuelta a todo, el dolor que sucede a la tragedia que nunca entenderás. La voz, la sonrisa, la risa, el enfado, las lágrimas, los recuerdos, los momentos, la historia sin escribir, lo que con ella vino y con ella se fue, lo que parecía ser eterno y desapareció en un instante. La llamada que sembró el pánico que después no germinó y dejó el campo muerto y vacío, lleno de heridas. El intento de traer todo de vuelta de cualquier forma y las ganas de hacer desaparecer lo que guardara relación con ella. Evitar los recuerdos para no sufrir y que después sea peor. Reencontrarte contigo mismo, con ese tú que creías olvidado y que te miraba en el espejo cuando ella estaba detrás. Ese tú que se ve distinto sin la luz que le daba su abrazo de todas las mañanas, de "buenos días", de apoyar la cabeza en tu hombro y rodear tu cintura con los brazos. El abrazo que precedía al beso sonriendo contra tu boca. Lo único que deseas ahora, la única esperanza que te queda, es que ella vuelva.
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