Luz. Ese era su nombre y también la palabra que expresa lo que era para mí: una luz en la oscuridad, un punto en el que fijarme en el túnel, alguien en quien confiar. Crecimos en casas distintas, pero como hermanas: nuestras casas tenían una pared común con una puerta, por la que nos escapábamos cada dos por tres para vernos, contarnos las novedades del día... En fin, lo que hacen dos niñas en esa edad. Al vivir tan lejos de la ciudad, nuestros padres se pusieron de acuerdo y nos daban clase a las dos juntas en casa. Nos lo pasábamos genial: haciendo planes para el futuro, comiendo juntas, hablando todo el día, inventando historias, hablando con la gente, haciendo alguna travesura... Ambas habíamos nacido en el campo y allí nos habían criado, a las dos, siempre juntas, desde bebés. Por entonces Luz tenía, como yo, ocho años, y todo empezó a torcerse: su padre falleció, dejándola sola con su madre y una fortuna que ninguna de las dos sabía gestionar. A mí se me daban bastante bien las cuentas y la economía, así que las ayudé en todo lo que pude. Por desgracia, no fue suficiente. Pronto se tuvieron que marchar del campo para que su madre encontrara un trabajo, pero yo no estaba dispuesta a permitir que mi amiga se fuera sin hacer nada, así que juntas empezamos a hacer planes. Con esfuerzo conseguimos que viviera con mi familia, su madre venía a visitarla cada dos semanas. Al crecer nos fuimos a vivir juntas durante la carrera. Y ahora escribo esto por Luz. Por mi amiga Luz, por mi hermana Luz, por la luz de mi vida. Lo hago por ti, porque no merecías morir así, porque siempre te recordaré.
Como cada mañana, abrió el único chat que tenía fijado y escribió con velocidad: "buenos días! :)", guardó el móvil en su bolsillo trasero y fue a desayunar. Se puso el café y le llegó un mensaje, lo que hizo que el corazón de la chica se parara por un momento y comenzara a latir con mucha fuerza al pensar que había sido ese chat de arriba del todo el que había sonado. Sabía que no era así, pero aún le pasaba, no había conseguido acostumbrarse a la ausencia de la antigua dueña de esa conversación. Supuso que era normal, apenas hacía diez días de todo, bastante que iba a volver a clase. Se tomó el café y una tostada a duras penas, desde que su ángel de la guarda se había ido nunca le apetecía comer nada. Le dolía que los buenos días nunca tuvieran un segundo tick indicando que habían llegado a su destinataria. Pero es que en realidad ya no había destinataria. La chica salió del portal y caminó, triste, mientras una canción que no era capaz de escuchar sonaba en sus cascos y ...
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