Abro los ojos y me quedo un par de minutos tumbada en la cama, acostumbrando mis ojos a la oscuridad y dejando a mi cuerpo asentar las sensaciones. Luego miro el reloj y me incorporo; son las 9:48, muy buena hora para empezar el sábado. Me pongo las zapatillas; subo la persiana y cojo la pinza del pelo de la mesilla, donde la dejé anoche. Doy un paso fuera de la habitación y acto seguido me doy media vuelta para volver a entrar, se me ha olvidado abrir la ventana. Una vez completado el primer pequeño ritual de cada mañana me dirijo a la cocina, bostezando; mientras me recojo el pelo cutre y rápidamente, casi dejando más mechones fuera del supuesto recogido que los que quedan dentro, porque solo quiero que no me moleste mientras desayuno; ya tendré tiempo de peinarme después. Al subir los brazos para ponerme la pinza se me sube también la sudadera que uso como pijama, dejando al aire mi ombligo y el piercing que lo decora, aunque creo que el tatuaje no se llega a ver. Entro a la cocina y mi hermana, que se presentó ayer después de diez años sin vernos, se queda mirándolo. Bajo los brazos, tapándolo de nuevo, y me dirijo a la cafetera con mi taza favorita en la mano. Le tengo tanto cariño que la friego a mano todos los días para poder usarla a la mañana siguiente. Meto una cápsula en la máquina y le doy al botón, mientras espero a que Abryl diga algo. No tarda mucho:
- ¿Cuándo te lo hiciste? - Me giro para mirarla y le pregunto de qué habla, ella me aclara que está preguntando por el aro de mi ombligo
- Poco después de que te fueras - Contesto a sus preguntas sin añadir nada más, porque no entiendo nada de lo que ha pasado desde hace unos meses, cuando mi hermana empezó a desaparecer del mapa y desconectarse de los mensajes que nos solíamos mandar.
- Es maravilloso. A mí no me dejaron hacérmelo ni cuando cumplí los dieciocho
- No, ni a mí. Pero sin ti me daba todo igual - Trago saliva al recordar cuando mi hermana se fue de casa, ella tenía veinte años y yo quince y de pronto decidió irse. Todavía hoy me pregunto… - ¿Por qué te fuiste, Abryl? - Me doy la vuelta otra vez hacia la cafetera para refugiarme en ella y pulso el botón. El olor del café llega a mí y hace de parapeto contra el duro silencio que me devuelve la chica con la que crecí, aunque tengo la sensación de que no sé quién tengo a mi espalda, no sé cómo es la Abryl que ha dormido esta noche en mi casa, conozco a la de hace años, pero dudo que la de ahora sea igual. Por primera vez desde que llegó, la oigo pronunciar mi nombre.
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